Darién: te deja pasar, pero cobra con vidas
Ella te deja pasar, pero cobra con vidas, así define Juan Gómez la travesía por la selva del Darién. Este hombre, que apenas alcanza la tercera década, salió de su natal Venezuela acompañado de amigos, con destino a Estados Unidos.
A pesar de estar en óptima condición física, le costó salir de la jungla. Su peor pesadilla fue atravesar “el paso de la muerte”, un trayecto en el que no hay planicie donde caminar firme y en el que se desafía la gravedad. Se ha habilitado una soga amarrada entre árboles gigantes a la que los viajeros deben sostenerse fuertemente para no caer al vacío, mientras sus pies logren tocar alguna roca o trozo de suelo donde equilibrar el cuerpo.
En esta ruta, la más peligrosa del trayecto, una pareja de haitianos perdió a su bebé, por lo que acabaron también con su vida, narró compungida Eyleen Colinas, otra venezolana que define su trayecto como una pesadilla. Viaja acompañada de su esposo e hijos, tratando de cumplir el sueño familiar de llegar a Las Vegas, Estados Unidos.
Como muchos otros, Juan y Eyleen fueron engañados por “coyotes” que les prometieron que no habría peligro en su trayecto. En medio de la selva hicieron la primera parada. Se trataba de un campamento custodiado por colombianos, según se distinguía por su acento. Allí les dieron las instrucciones para el resto del camino, mientras aprovechaban para alimentarse y descansar.
Pero, mientras avanzaban, se evidenció que todo era mentira; el peligro era impensable. “Si hubiéramos sabido que era así, no nos arriesgamos”, se lamentan.
Era como una alucinación, salían hombres vestidos de negro con capucha y violaban a mujeres y hombres; también les robaban, describe Eyleen.
Penetrar la imponente selva del Darién es la más conmovedora aventura de sobrevivencia de miles de migrantes que aumentaron el flujo en 40,297 en el mes de abril de 2023, un 600% más en comparación con el mismo mes del año anterior cuya cifra fue de 6,134, según reportes oficiales del Servicio Nacional de Migración (SNM).
Es una monstruosa trampa natural que ha sido reconocida como el pulmón de Centroamérica. La experiencia de su travesía está a flor de piel en la memoria de los que logran salvarse de este crudo camino selvático.
Jower Moreno, venezolano y futbolista de profesión que jugaba en Ecuador, decidió cambiar su futuro.
Su recorrido no salió como lo esperaba, inició la ruta en Capurganá, para luego desafiar la selva.
Su condición como deportista le permitió sobrevivir, pero no viajaba solo. Se arriesgó con su bebé de apenas un año y su esposa embarazada de 4 meses, a quienes muchas veces tuvo que cargar. A su paso por la selva, le tocó ver cadáveres, además de ser rehén por más de 12 horas de sujetos encapuchados que lo despojaron de sus pertenencias. Fue mudo testigo de cómo apartaron a varias mujeres para agredirlas sexualmente frente a sus familiares o acompañantes. Los responsables, asegura, eran indígenas.
Testimonios desgarradores como este no son exclusivos del futbolista profesional. Jesiel Jiménez, también de nacionalidad venezolana, quien permanecía en la Estación Temporal de Recepción Migratoria (ETRM) de Lajas Blancas. Luchó seis días por su vida para salir de la selva.
A pesar de que Jiménez viajaba acompañado de 15 personas, la intranquilidad de pensar que se encontraría con bandas organizadas le impidió dormir en medio de la incertidumbre y peligros. El grupo sufrió solo caídas, que les limitaban la movilidad de las piernas a causa de la geografía del Tapón de Darién. Él utilizó la ruta de Necoclí hacia Acandí, en Colombia, para luego adentrarse en la zona selvática panameña. Es la misma selva donde se configuran innumerables hechos de violencia y que durante más de cinco décadas ha refugiado a diversos grupos armados de Colombia, transgresores de las leyes, que la utilizan para abastecerse y como escondite ante las cacerías policiales. Esta situación ha impedido la apertura de una ruta terrestre por Darién que podría unir a todo el continente americano.
Mientras tanto, diversos grupos ambientalistas definen al Parque Nacional Darién como un santuario “virgen”, que la mano del hombre no debe destruir.
Los migrantes no encuentran otra opción, y se ven obligados a atravesar la selva para llegar a su destino final, Estados Unidos, sin considerar los peligros de las bandas organizadas, el narcotráfico, la trata ilegal de personas, entre otras amenazas que los acechan.
En Bajo Chiquito, el primer poblado que pisan al salir de la selva, Juan Gómez lucha contra el tiempo para cumplir el sueño. La incertidumbre le corre tan rápido como sus ansias por cruzar a tiempo la frontera de México con Estados Unidos.
El desafío era llegar en una o dos semanas para lograr ingresar bajo los beneficios del Título 42 que ofrecía Estados Unidos asilo a sus solicitantes provenientes de países con problemas políticos, delincuenciales y de persecución.
A pasos rápidos, Juan llegó a Honduras en dos días gracias a que contaba con los recursos para seguir la ruta. Por mensaje vía WhatsApp, informó que llegó cinco días después a México, a poco de lograr el anhelado sueño americano.
Los rigores de Bajo Chiquito
Desde Metetí, Darién, en una mañana tranquila, comenzó el recorrido de este medio con ansias de adentrarse en la comarca que alberga la selva. Por seguridad, se hizo en compañía de miembros del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront).
Debido a la extensa temporada seca, el recorrido vía terrestre solo duró dos horas, de lo contrario la ruta debía ser acuática a través del poblado de Peñita, y duraría entre cuatro y ocho horas. En el transcurso del camino, hay pequeños poblados dispersos, en un hábitat de árboles gigantescos.
Con menos de dos horas de camino, se avistó la zona comarcal de Cémaco, donde está el poblado de acogida de migrantes de Bajo Chiquito, primer punto donde el Gobierno de Panamá alberga a los extranjeros entre 24 y 48 horas. El río Chucunaque bordea la zona indígena, un vado de tablas permite el cruce de los carros que van hacia el poblado.
Indígenas emberá - wounaan son los pobladores de Bajo Chiquito, donde hay al menos 200 casas. Es el epicentro del auge migratorio. Allí, cual enjambre, se concentran alrededor de 100 embarcaciones a motor, denominadas piraguas, que sirven exclusivamente para el traslado de los viajeros desde un punto que ellos conocen como “Come Gallina”, en la cabecera del río Tuquesa y la selva.
Los indígenas, que aparentan estar bien organizados, establecieron una cuota de $20 por migrante para sacarlos de la temible selva. Deben recorrer dos horas por el río, para dejarlos en manos de Migración, que registra obligatoriamente la llegada para el control y verifica el estatus delictivo o récord de cada migrante.
Senafront asegura que los caminantes no ingresen con armas y objetos con los que puedan hacer daño, por lo que tienen el control de la seguridad.
Negocio pujante
En Bajo Chiquito, cuyos habitantes han empezado a aumentar sus ingresos por el auge que dejan las ganancias de la migración, cada día entran aproximadamente 1,200 personas y cada una debe pagar a los indígenas $20 , lo que representa un ingreso diario de $24 mil hasta este punto, un negocio redondo, pujante y lucrativo controlado por los coordinadores de la comunidad.
Las evidencias de la bonanza se dejan ver con el cambio de las fachadas de las viviendas y el derroche que se percibe en ese pequeño lugar, un pueblito que antes se dedicaba a la agricultura de subsistencia y que ahora es tan pujante como un centro comercial de la capital panameña. El negocio no para, la constante actividad es singular en esta zona desde el año 2020 cuando se estableció Bajo Chiquito como lugar para recepción de Migrantes.
Solo hay que llegar a Bajo Chiquito para escuchar a lugareños y foráneos vendiendo chips de celulares, aunque no hay señal; agua, sodas, jugos, comida y todo tipo de refrescos fríos en un pueblo que no tiene luz y tampoco agua potable.
Durante el recorrido y conversaciones establecidas con los indígenas se pudo conocer que muchos tienen plantas eléctricas. La propietaria de una pequeña tienda, de las tantas que hay en todo el poblado, expresó su malestar porque tiene dos botes con motor y no cuenta con el aval de los “coordinadores”, quienes organizan el traslado de migrantes. A ella no le permiten hacer los viajes.
Eso no es impedimento para su progreso, la señora cuenta con un panel solar y, según comentó, solo el motor para la batería le costó $2,500. No tendría nada de raro si no es porque en la zona que hasta el 2017 tenía una pobreza general de 62% y pobreza extrema de 36% en sus habitantes, según datos del Ministerio de Economía y Finanzas.
Pero los beneficios de este lucrativo negocio no terminan ahí, a un costado tenía a tres trabajadores que construían un anexo no muy grande, lo suficiente para una recámara o un espacio para la sala.
Trasladar el material de construcción para este lugar es muy costoso si se compara con otras provincias del país, donde puede costar entre 20 y 50 dólares. Cada viaje de acarreo de material desde Metetí, en la provincia de Darién (colindante con la comarca Emberá-Wounaan) cuesta $200, mientras que cada bloque de cemento cuesta un dólar, y así, todo es más caro debido a la distancia.
El jefe de la obra informó que su cuadrilla viaja desde Panamá Norte, en la capital del país, hasta Bajo Chiquito cada ocho días, un viaje de al menos nueve horas por carretera. Su mano de obra es de $6,500. Así, el costo del anexo es de $20 mil, según calculó.
Al igual que este anexo, se observan diversas construcciones en ese alejado lugar, donde antes del flujo migratorio a gran escala (2021), las casas eran de madera, muchas de ellas con techos de paja.
De la extorsión en Ecuador, al terror de la selva
En el primer grupo que llegó durante el recorrido a finales de abril de 2023, estaba Víctor Benítez, un ecuatoriano de la ciudad de Guayaquil. En su rostro se percibía el impacto que le causó el cruce de la selva y dijo estar arrepentido de haber emprendido semejante hazaña, tanto, que lo que vivió no se lo desea a nadie, ni siquiera a los que le hicieron huir de su país.
Víctor estaba acompañado de venezolanos, colombianos, haitianos, indostanes, africanos, chilenos, brasileños y otros ecuatorianos. La extorsión lo obligó a dejar a su familia en Ecuador, las lágrimas brotaban ante el terror vivido y la cantidad inmisericorde de dinero que dejó a los clanes del tráfico de migrantes.
Para este otro grupo, comienza el mismo ciclo. Al descansar uno o dos días, debían volver a las piraguas para ser trasladados al siguiente refugio en la ETRM de Lajas Blancas. Cada migrante debe pagar $20 para ser trasladado, son otros $24 mil de ingreso para el pequeño pueblo organizado de Bajo Chiquito. A estas alturas, ya sumaban $48 mil diarios, sin mencionar las ganancias por las tiendas, los buhoneros y las transferencias de dinero con comisiones de hasta el 40%.
Una vez en Lajas Blancas, tras seis horas de travesía en las márgenes del río Chucunaque, muchos con viajes accidentados por los bajos niveles de las aguas, los migrantes son recibidos por personal de Migración, Senafront, Cruz Roja, Médicos sin Fronteras, Unicef, entre otros organismos establecidos en este punto.
Lajas Blancas es el punto principal de refugio de cada migrante. En el recorrido, pasado el mediodía del jueves 27 de abril, una pregunta sorpresiva denotaba que había una novedad: “¿vienen por el caso de violación?”.
¿Qué había sucedido en Lajas Blancas? Las narraciones eran distintas, eran dos casos diferentes. El primero habría ocurrido el día anterior cuando un viajero que se encontraba en el albergue, fue señalado de cometer abuso contra una menor de edad, por lo que fue detenido por el Senafront y puesto a órdenes del Ministerio Público.
El otro caso se registró contra una adolescente de 15 años que, dentro de la selva, fue ultrajada por un miembro de un grupo criminal.
La cruda verdad en cifras
En el año 2022 unos 62 migrantes perdieron la vida intentando cruzar la selva, de estos, 43 se ahogaron; 17 murieron por causas desconocidas, uno por homicidio y otro falleció por problemas cardiorrespiratorios.
En tanto, en los primeros cuatro meses del 2023 se habían reportado 27 migrantes fallecidos: 11 por inmersión y 16 por otras causas (por determinar), según datos de Senafront.
Por otra parte, 134 caminantes fueron rescatados con diversas lesiones entre enero y abril de 2023.
Nueve nacionalidades lideran el cruce por el Darién: siete del continente americano y dos de Asia. De las americanas, cinco son del sur del continente y dos de islas del Caribe.
Hasta el 20 de mayo de 2023, Senafront registraba un ingreso de 166,642 migrantes por la ruta del Darién. La primera posición en la lista la ocupan los venezolanos con 82,054 (44.6%), seguidos de 31,493 haitianos (29.4%), 20,069 ecuatorianos (10%), 7,035 chinos (4.1%), además de 5,509 colombianos (3.3%), 3,416 chilenos ( 2.1%), 3,150 ciudadanos de la India (2%) y 2,767 brasileños (1.7%). El resto corresponde a otras nacionalidades.
Aunque en el 2023 las cifras de cubanos que realizan la travesía ha disminuido considerablemente a 306, en la tabla global del 2019 a la fecha se ubican en una cuarta posición con 27,005 migrantes, por encima de Chile (14,918), Brasil (12,629), Colombia (10,506), India (9,811) y China (8,476).
En esta misma tabla, Venezuela (230,696), Haití (155,538) y Ecuador (49,475) mantienen las tres primeras posiciones en migración por esta ruta. Más de medio millón de personas (571,365), han realizado esta peligrosa travesía en los últimos tres años y cinco meses. Esta cifra es similar a la población total de la provincia de Panamá Oeste, la más poblada de Panamá, después de la capital.
En tanto, la asociación Médicos Sin Fronteras, se estableció en Panamá desde el 2008, pero no fue hasta el 2021 cuando inició actividades para asistir a los miles de migrantes que cruzan con rumbo norte por el Tapón del Darién.
Su informe de 2021 revela que ha brindado atención médica a 44,100 por consultas externas, 1,340 consultas individuales de salud mental y 330 personas atendidas tras sufrir violencia sexual, mientras que en los primeros cinco meses del 2022 atendió 89 casos de violencia sexual ocurridos durante la travesía por el Darién.
Pese a todo, hay quienes logran su objetivo: Juan Gómez llegó a Estados Unidos exactamente 30 días después de la entrevista que dio a este medio, según informó vía WhatsApp. Él estuvo detenido al menos 15 días, luego recibió la noticia que su ingreso al país norteamericano, fue admitido.
No sucedió así con otro migrante, que ni siquiera quiso dar su nombre y sólo llegó a expresar: “No quiero recordar la selva, ya salí de ahí y no quiero pensar en nada de lo que viví adentro”.