Escuela Nacional de Ciegos, 69 años de fructífera labor
El 20 de octubre de 1951 se crea la Escuela Nacional de Ciegos Hellen Keller. Esta institución educativa surge por iniciativa de personas como Andrés Cristóbal Toro, joven ciego darienita que cursó estudio en la ciudad de Medellín, República de Colombia.
Al retornar al país se reunió con Pablo Paz, persona que pertenecía al Club de Leones Panamá, María Correa de Moreno, Jorge Carbonel con el fin de impulsar una ley para crea una institución educativa que atendiera a los estudiantes con discapacidad.
La escuela de ciegos se inaugura unos días antes que se aprobara la ley 53 del 30 de noviembre de 1951, que crea el IPHE.
La escuela lleva el nombre de Hellen Keller en honor a esa distinguida mujer norteamericana que era una persona con múltiples discapacidad (Sorda-ciega). Ella se dedicó a dictar conferencias en diferentes partes del mundo acompañada de la fiel maestra Ana Suliban, quien servía de intérprete a través del lenguaje alternativo del tacto.
La escuela nacional de ciegos se inicia con un internado que acogía a estudiantes de escasos recursos procedente del interior de nuestro país recordamos con gratitud y afecto a Pablo Paz, que era padre de una mujer con discapacidad visual que logró graduarse de maestra en el Instituto Istmeño y consagró toda su vida en ejercer la docencia en la escuela de ciegos.
Igualmente, no podemos olvidar a Carlos Rogers, quien todas las mañanas visitaba la escuela y era famoso por su tabaco.
En este internado no le faltaba absolutamente nada a los estudiantes internos.
Al lograr su primera promoción (1959) se encontraron obstáculos como la oposición de directores de secundaria que se negaban a admitir a estudiantes ciegos.
Lo mismo ocurrió con la segunda promoción (1961).
Al clausurarse el internado se adoptó el programa de hogares sustituto en el cual los estudiantes ciegos eran acogidos en un hogar formado por una familia completa y a ella se le otorgaba una partida mensual para cubrir los gastos de los estudiantes.
Luego se adoptó la modalidad el maestro complementario y en la década del 70 la integración I y II, que consistían que en la dos el maestro reforzaba a los estudiantes en sus horas libres o fines de semanas y la uno era la supervisión que se hacía en la misma aula que estaban integrados los estudiantes de discapacidad visual.
A medida que surgían en el campo educativo nuevas modalidades a nivel nacional o internacional la escuela iba adaptándose a través del personal docente, técnico y administrativo.
La escuela extendió su atención a casos de niños y niñas con más de una discapacidad, ejemplo sordos-ciegos y para ello ha contado con excelentes educadores muy consagrados para llevar a esta población y sobre todo a sus familiares un rayo de esperanza y de redención social.
En estos 69 años de una gran labor por parte del personal docente, técnico y administrativo de la escuela, todo aquel que ha laborado en ella se debe sentir orgulloso y satisfecho por que los frutos de su desvelo, abnegación y devoción se pueden mencionar los frutos que se han logrado y entre ellos hay docentes con discapacidad visual a nivel de educación general, media y universitaria; abogados, sociólogos, embajador, periodistas, comunicadores sociales, deportistas y otros que sería largo enumerar.
Queremos extender nuestras sinceras felicitaciones a todo el personal de esta escuela y sobre todo recordar aquellos maestros como Andrés Toro, Dalis Lecuona, Magdalena González, Chela De Lasso y otros que no están con nosotros en estos momentos, ya que partieron hacia la patria celestial, al cuerpo directivo que durante estos años han conducido esta nave a puerto seguro.
La Escuela Nacional de Ciegos ha llenado un gran vacío y ha contribuido a esa deuda social que el estado tiene con la población con discapacidad y debemos sentirnos orgullosos que la mendicidad de las personas con discapacidad visual no se ven en nuestras avenidas, sino son hombres y mujeres que contribuyen con el progreso de nuestro país.
Quiero rendir homenaje a este cuerpo de docentes diciendo: ““Gloria al ser abnegado que cuida con amor a la Patria ¡Salud!, al que pone la luz de la vida en el alma de la juventud. En sus manos no luce y destella ni la espada marcial, ni el cañón sino el libro, la bíblica estrella, que conduce hacia la Redención. El combate que mancha la tierra no es el campo de su heroicidad es la escuela su campo de guerra y su espada mejor, la verdad. El error, enemigo siniestro, va dejando su denso capuz cuando pasa triunfante el maestro esparciendo torrentes de luz.