Nacional - 17/9/20 - 08:00 PM

Obispos preocupados por corrupción

Esta dramática situación ha puesto en clara evidencia la vulnerabilidad, caducidad y contingencia que nos caracterizan como humanos

 

Por: Redacción Crítica -

La problemática que existían antes han sobrevivido a la pandemia porque son virus que carcomen el tejido social, empobreciendo a una gran mayoría como son la corrupción, la falta de credibilidad y de ética en todas las esferas de la vida.
Losobispos de la Conferencia Episcopal Panameña reunidos en la Asamblea Plenaria Ordinaria Anual expresaron sus preocupaciones ante los índices de violencia y criminalidad en todas sus modalidades, el clamor popular contra la corrupción y la falta de transparencia en la gestión pública, las continuas exigencias de mejores condiciones de vida: agua, vivienda, salud, educación, empleo digno y estable.
El tema de la educación está latente y afecta a los sectores más empobrecidos y excluidos, a pesar de los esfuerzos emprendidos, se indica en el documento que señala que el sistema de salud ha dejado al descubierto su colapso, a pesar de contar con personal sanitario que hace esfuerzos para combatir el Covid-19.
Es indiscutible que los históricos excluidos del desarrollo, son los más afectados por esta pandemia, y ahora se ha sumado un número creciente de familias vulnerables al perder sus trabajos o medios de subsistencia.
En el documento, en el que se revelan los resultados de este encuentro que se realizó del 14 al 17 de septiembre, se indica que la Iglesia Católica también se ha visto afectada, pero se ha reforzado el compromiso permanente de tantos sacerdotes, consagrados y laicos, que se han despojado de sus miedos y limitaciones para donarse al más necesitado.
Con la apertura de sectores productivos para reactivar la economía, también está el riesgo de un repunte del contagio. A las autoridades les corresponde diseñar una estrategia que permita el control del Covid-19 y garantizar la protección de la población. La responsabilidad del cuidado de la salud es compartida y es de todos, ya que por más medidas que dicten las autoridades, si la ciudadanía no asume su parte no se detendrá el contagio.
 
Una oportunidad histórica
En medio de la incertidumbre estamos en un tiempo de gracia, que nos da una oportunidad histórica de recomponer el tejido social y de establecer otra dinámica que nos haga más humanos, más solidarios y fraternos.
Animamos a nuestras comunidades de fe, a encender la llama de la esperanza, siendo testimonio de una Iglesia Servidora, Solidaria y Fraterna, a través de las parroquias, de los grupos y movimientos para que se redescubra la Alegría del Evangelio.
 
Tenemos una tarea grande e impostergable: renovar la fraternidad y la solidaridad, conscientes que nadie se salva solo. Es momento de pasar de las palabras a la acción, de derrumbar los muros que nos separan; lo que no significa no denunciar aquello que impide la construcción de un Panamá inclusivo y de oportunidades para todos, con una ecología integral, que no separe lo sociopolítico y económico de lo ambiental y ético. 
Urge afrontar unidos el desafío de la pobreza y la exclusión, el calentamiento global y la universalidad de la globalización, siguiendo la alerta del Papa Francisco sobre la importancia de “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”.
Todos tenemos que hacer renuncias para aliviar el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas. Nos corresponde colocarnos la camiseta Panamá para reconstruir nuestro país, somos un pueblo de fe y un pueblo de esperanza. Contra los virus que han condenado a muchos a la pobreza y la muerte, tenemos los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. Vivamos el compromiso de ser uno en todos, de hacernos más humanos, responsables unos de otros.
 
 
 
 
Iluminadoras son las palabras del Santo Padre: “La crisis del coronavirus nos ha sorprendido a todos, como una tormenta que descarga de repente, cambiando súbitamente a nivel mundial nuestra vida personal, familiar, laboral y pública. Muchos han tenido que lamentar la muerte de familiares y amigos queridos. Muchas personas han caído en dificultades económicas, otras han perdido su puesto de trabajo. En muchos países fue ya imposible celebrar comunitariamente la eucaristía en público ni siquiera en Pascua, la fiesta mayor de la cristiandad, para obtener fuerza y consuelo de los sacramentos. Esta dramática situación ha puesto en clara evidencia la vulnerabilidad, caducidad y contingencia que nos caracterizan como humanos, cuestionando muchas certezas que cimentaban nuestros planes y proyectos en la vida cotidiana. La pandemia nos plantea interrogantes de fondo, concernientes a la felicidad de nuestra vida y al amparo de nuestra fe cristiana”. 
Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo.
 

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