Ruta de la Seda china: ¿oportunidad o amenaza?
A propósito del lío que se armó en Panamá tras la filtración de los VarelaLeaks sobre las relaciones del gobierno del mandatario Juan Carlos Varela con China y una cooperación que propios funcionarios del panameñismo cuantificaron en $143 millones, resaltan las publicaciones sobre el nexo con elñ gigante asiático.
En octubre de 2018, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo -tras reunirse con Varela- alertó a Panamá y a los países de la región tener los "ojos muy abiertos" ante las inversiones del gigante asiático, para que no acaben perjudicando sus economías y a la población.
Luego a fines de agosto, el director del Consejo Nacional de EE.UU. para el Hemisferio Occidental, Mauricio Claver-Carone, luego de una visita al actual mandatario Laurentino Cotizo, afirmó que para Panamá la relación con la República Popular China, es “mucha espuma y poco chocolate”.
Según Claver-Carone, China quiere “usar a Panamá” para sus planes estratégicos geopolíticos, pero en aspectos de inversiones, no figura entre los cinco grandes que impulsan proyectos en territorio istmeño, porque en el istmo los mayores inversores son: EEUU, Reino Unido, Colombia, Sudáfrica y Suiza.
Un reciente comunicado de la embajada de China en Panamá alega que la política exterior de Pekín tiene como principios la no injerencia en los asuntos internos de otros países, para garantizar respeto y confianza favorables al cultivo consistente de una cooperación amistosa y ganar-ganar con nuestros socios. Además lanzó un petardo indirecto a los gringos: esas relaciones deben darse sin perturbaciones ajenas e innecesarias.
Hace poco la prestigiosa emisora alemana Deutsche Welle publicó el análisis: La Nueva Ruta de la Seda china: ¿oportunidad o amenaza?
Se hace referencia a un estudio de la Fundación Bertelsmann que resalta que entre 2013 y 2017 Occidente había invertido considerablemente más dinero en los países a lo largo de la Ruta de la Seda que la misma China. A pesar de esto, hay una tendencia a pensar que China está tomando más ventaja de la que debería. Según el estudio, China figuró tan solo en cinco países como socio más importante que los países occidentales.
Por un lado, Pekín está desarrollando capital político a partir de sus inversiones, mientras que los países occidentales, tienen el problema de no poder coordinar sus intereses entre sí. Además, Pekín, más que los Gobiernos occidentales en el pasado, está interesada en garantizar que los políticos de los países socios utilicen la inversión china en sus historias personales de éxito.
No obstante, según Investigate Europe, no hay evidencia de daño económico a los países participantes o de dependencia extrema debido a la Nueva Ruta de la Seda. Por el contrario, descubrió que las inversiones hasta ahora habían tenido, en general, un efecto positivo en las economías locales y los mercados laborales.
En tanto, el periodista Frank Sieren, quien vivió 20 años en Pekín, destaca que desde que el presidente chino, Xi Jinping, lanzó el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda china, una de las principales preocupaciones fuera de China ha sido que los países que participan en el proyecto podrían endeudarse, volverse dependientes de Pekín y perder su soberanía.
Los dos estudios mencionados anteriormente llegan a la conclusión de que China está utilizando sus inversiones para consolidar su estatus como potencia global y para difundir el yuan en todo el mundo. Como tal, Pekín no es diferente de otros Gobiernos, pero la diferencia radica en que tal vez Occidente ha tendido a exportar un sistema particular de valores, algo que Pekín no parece darle mucho interés.
El mayor problema con la Nueva Ruta de la Seda es la falta de transparencia. Las condiciones del préstamo a menudo no son claras y varían de un país a otro. China no cree que los acuerdos bilaterales que haga con otros países deban interesar a Occidente. Aún así, el Gobierno chino debería comprender la preocupación y escepticismo por parte de Occidente sobre sus inversiones si no está dispuesto a ser transparente.
El estudio de la Fundación Bertelsmann indica que las inversiones de China son con fines de lucro, mientras que las inversiones de Occidente son parte de proyectos de desarrollo.
China incluso ha sido acusada de comportarse de manera neocolonialista en África.
China ha implementado más de 3,000 proyectos en todo el mundo; desde un oleoducto en Myanmar hasta una línea de ferrocarril en Kenia. Solo ha habido una gran controversia sobre dos proyectos en Sri Lanka, con China acusada de atraer al primero a caer en una trampa. Sin embargo, si se estudia más de fondo el caso, China juega un pequeño papel en Sri Lanka y solo es responsable del 10% de su deuda externa.
Lo que subestimamos en Occidente es que, si bien estamos preocupados por perder influencia debido a la Nueva Ruta de la Seda, la perspectiva desde los países receptores es diferente. Para ellos, el proyecto representa la esperanza y la oportunidad de conectarse con los Estados más ricos. China parece comprender mejor la perspectiva de estos países que Occidente –y hace uso de esta ventaja para sus propios fines–. Es por eso que ha creado una colección de acuerdos bilaterales de comercio y desarrollo.
Los estudios recomiendan que Occidente desarrolle sus propias instituciones, tecnologías, modelos comerciales y conjuntos de valores para proponer alternativas a las ofertas de China. También dicen que la UE debería intentar establecer estándares en terceros países a los que las inversiones chinas también deben cumplir. Esto es más fácil decirlo que hacerlo. Actualmente, la UE no puede encontrar una política común hacia China y no parece probable que suceda pronto.
Otras publicaciones destacan que en ningún lugar del mundo, el ascenso de China como potencia se palpa más que en África, donde es el primer socio comercial y acreedor. Pero esa pujanza causa recelos y los más suspicaces denuncian ya un nuevo imperialismo.
Desde Ciudad del Cabo a El Cairo, la presencia del gigante asiático es abrumadora: aeropuertos, carreteras, puentes, ferrocarriles, plantas hidroeléctricas, estadios, faraónicos edificios oficiales y teléfonos móviles llevan la marca de China. La obra más simbólica de la relación es la sede de la Unión Africana (en Adís Abeba, que costó US$200 millones y fue un “regalo”.
Más allá de esa ‘generosidad’, el ‘dragón asiático’ ha convertido el continente en un tablero esencial para exhibir su modelo de liderazgo en la carrera por la hegemonía mundial.
Fue en los noventa cuando China decidió que debía “hacer de África una prioridad”, y apostó por esa región, según el profesor Howard French. “Nadie miraba a África, no pasaba nada allí y era vista como un problema sin esperanza. Pero el gobierno chino vislumbró que algo increíble iba a ocurrir en África”. Desde entonces, China ha desbancado a EE. UU. como primer socio comercial, con intercambios por S$170,000 millones.
Fue en los noventa cuando China decidió que debía “hacer de África una prioridad”, y apostó por esa región, según el profesor Howard French. “Nadie miraba a África, no pasaba nada allí y era vista como un problema sin esperanza. Pero el gobierno chino vislumbró que algo increíble iba a ocurrir en África”. Desde entonces, China ha desbancado a EE. UU. como primer socio comercial, con intercambios por US$170.000 millones.
Pero tras años de cooperación enfocada en la explotación de recursos naturales para alimentar su crecimiento, China centra hoy su estrategia africana en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que busca tejer una red comercial internacional y conseguir que, mediante el ‘poder blando’, los países graviten alrededor de sus intereses.
¿Es, pues, la Nueva Ruta de la Seda un estímulo para el desarrollo de África o también el rostro de un nuevo imperialismo?
Las críticas a ese expansionismo parten de argumentos como los que emplea el asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton. “China usa sobornos, acuerdos opacos y el uso estratégico de deuda para hacer a los países de África cautivos de los deseos y demandas de Pekín”, sostiene Bolton, quien considera ese proceder como “prácticas depredadoras”. El gigante asiático, principal fuente de créditos en África, prestó al continente $95,500 millones entre 2000 y 2015, segúnla Universidad John Hopkins.
El empresario nigeriano Benedict Peters, CEO del grupo energético Aiteo, alertó asimismo de la llamada “diplomacia de la deuda-trampa”, es decir, cuando los países caen en una obligación de pago tan insoportable, China ofrece una renegociación de la deuda a cambio de activos estratégicos o un trato preferencial.
El miedo a la “deuda-trampa” se dejó sentir en Kenia, cuando se filtró un documento que admitía que China podía hacerse con el control del puerto de la ciudad de Mombasa, uno de los más importantes de África del Este, si el país incurría ensuspensión de pagos de una deuda. Esa alude al préstamo de $2,300 millones para construir el ‘Madaraka Express’, el tren de pasajeros y mercancías entre Mombasa y Nairobi.
Tal revuelo provocó la información que el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, reaccionó alegando que ese riesgo “es propaganda” y que “no hay motivo para la alarma”. Pero existe el precedente de Sri Lanka, que en el 2017 cedió el control del estratégico puerto de Hambantota a China por el impago de un préstamo multimillonario.
En las antípodas de esa línea está Zheng Zhu, experto del Proyecto China África, una iniciativa que explora las relaciones. “El concepto de ‘deuda-trampa’ es una creación para desprestigiar a China, de manera que los países occidentales puedan tener ventaja en África”, declara Zheng. “Es una situación en la que todos ganan. China no da dinero gratis. Queremos ganar dinero, pero bajo condición de que el acuerdo comercial sea beneficioso para nuestros socios. Nosotros ganamos dinero con las infraestructuras y ellos desarrollan su economía”.
French, por su parte, aboga por ser “cuidadoso con la palabra imperialismo”, ya que “China no coloniza un país en el sentido de apropiárselo de manera directa. Pero existe una enorme disparidad de poder con esos países, que son pequeños y pobres. Esa disparidad precede a las relaciones imperiales”, apunta Howard French, quien no descarta que “sea una nueva forma de imperialismo”.