Nacional - 01/1/23 - 08:45 AM

Theotókos: “La que dio a luz a Dios”

Con el dogma de la “Theotókos”, se proclamó la indisolubilidad de la naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo.

 

Por: Luis Enrique Morán -

Tan vital e irremplazable es el rol de la maternidad que hasta Dios quiso experimentar esas entrañas, ternura, arrullo y nutrirse de la leche materna. ¡La madre es la madre y más si es la de Dios!
Iniciamos este nuevo año civil 2023 con la celebración de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Conocida desde las primeras comunidades cristianas con el término “Theotókos” [que traducido del griego —literalmente— significa: “La que dio a luz a Dios”], adoptado por el latín “Mater Dei” y traducido al español como “Madre de Dios”.
Los primeros cristianos le tuvieron a la Santísima Virgen María una especial y popular veneración por ser la Madre de Dios, primera y más fiel discípula de Jesucristo hasta mantenerse firme al pie de la cruz, de la cual pendía su Hijo, ofrenda y prenda preciosa de nuestra salvación. Por ser “la toda llena de gracia”, su maternidad fue elevada a “dogma de fe” en el año 431, en el Concilio de Éfeso, ciudad portuaria griega, ubicada en la actual Turquía, en donde la “Theotókos” pasó los últimos años de su vida en la tierra.
 
Madre perseguida y enaltecida
A Éfeso llegó la “Theotókos” con el discípulo Juan [el más joven de los apóstoles] hacia el año 62 d.C., pues el Salvador le confió el cuidado de su madre a él; y en él, a todos nosotros los cristianos. También nosotros estamos llamados a ser hijos de la Madre y discípulos amados, como lo fue Juan.
La Madre de Dios y el discípulo amado huían de la persecución del emperador Domiciano porque todos aquellos que se declaraban creyentes y discípulos de Cristo, lo proclamaban Rey, un delito de lesa majestad, pues el “único” a quien se le podía proclamar rey era al César. No por gusto cuando los primeros mártires “blanqueaban” sus túnicas ofreciendo la propia sangre como rúbrica de su fe, gritaban: “¡Viva, Cristo Rey!”
En Éfeso también estuvo el apóstol San Pablo. Posteriormente, él escribió una carta a los efesios. De alguna manera directa e indirecta, toda esta impronta de la revelación influyó para que esos primeros cristianos se reunieran en común-unidad en el famoso Concilio de Éfeso, donde proclamaron el dogma de fe de la “Theotókos”.
Ese mismo camino de encuentro en común-unidad eclesial, desarrollado en Éfeso, fue el legado que los padres conciliares han custodiado y reafirmado en el Concilio Vaticano II con la inestimable sabiduría de Dios, revelada a través de grandes teólogos como el entonces Joseph Ratzinger, encargado de la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica; luego, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; y, posteriormente, papa Benedicto XVI. Recordado por rememorar varios signos y ornamentos litúrgicos antiguos, entre ellos, el uso de calzados rojos, simbolizando la sangre de los mártires. Por medio de todo ese legado eclesial, Benedicto XVI nos hizo cerrar el año 2022 con la gran lección de quien se prepara para ver el rostro del Padre Eterno y gozar de su herencia. ¡Bendito el que supo revelar la sabiduría de Dios! ¡Bendito el que supo bendecir!
Revelación en común-unidad
Un dogma de fe es una verdad absoluta, declarada e indiscutible, por medio de la revelación que Dios hace a su Iglesia. Con el dogma de la “Theotókos”, se proclamó la indisolubilidad de la naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo. Es verdadero hombre y verdadero Dios al mismo tiempo. Él participa de la misma divinidad que el Padre; por ello, la Santísima Virgen María es la “Theotókos”.
Aquellos primeros padres del cristianismo, dejaron claro que esto no quiere decir que María sea “coeterna” con Dios o que ella existiera antes que el Padre o el Hijo (quien sí es coeterno con el Padre); sino que acogieron el dogma como un misterio, a través de la letra de un antiquísimo himno, el cual reza: “Él, a quien todo el universo no podía contener, fue contenido en tu matriz, oh Theotókos”.
La primera y más fiel discípula de Jesucristo no se conformó con haber contenido al Verbo Eterno en sus entrañas maternales, sino que también lo conservó en su corazón. Los pastores de ovejas [los más pobres en la escala social del pueblo hebreo] “fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 16-19).
¡Bendita ansia de Dios! Estabas y estás toda llena de Dios, cuando el Espíritu Santo te hizo profetizar: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (Lc 1, 48b). Como lo hizo María desde la encarnación del Verbo hasta la iglesia de Éfeso, para todo el resto del género humano, yo también estoy llamado a llenarme de la plenitud “del que llena todo en todos” (Ef 1, 23) y ser un bienaventurado de su salvación.
La que contempla el rostro de Dios
Desde la encarnación del Hijo del Padre en su vientre materno, la “Theotókos” arrulló al Verbo Eterno, invocando su nombre: “Jesús”; por eso también es bendita, por su fidelidad a la ley mosaica; por ello, el Señor le mostró su rostro: “Así invocarán mi Nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré” (Nm 6, 22-27). La bendita “Theotókos” comparte la bendición de Dios con los más pobres, revelando el rostro del Dios que se hace bebé frágil, pobre e indefenso.
Al estilo de los pastores de Belén, quien ha encontrado el rostro de Dios, vuelve “dando gloria y alabanza a Dios”; es decir, ¡quien ha sido bendecido no se lo reserva, también bendice y canta como el salmista: “Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación” (Sal 67(66), 2-3). Entonces, “la que dio a luz a Dios”, también fue iluminada por la luz de Dios para iluminar a otros con su luz.
La maternidad y el discipulado de la “Theotókos” hacia su Hijo, pasa por la humildad y profundidad de una escuela que se ejercita en la escucha silenciosa de la palabra de Dios. La “Theotókos” conserva la palabra y la medita en su corazón. Del Hijo, la Madre recibió la revelación del misterio de la paternidad de Dios: “Como son hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre.» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios” (Ga 4, 6-7). ¿Acaso la “Theotókos” —que hizo valer su “sí” y obedecer al Padre hasta el extremo de “beber” el cáliz amargo de la cruz de su Hijo— no es también heredera por voluntad de Dios?
Correspondiente a: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios / 1-En-2023 / Ciclo A
Crédito de Pintura: Antonio Arias Fernández. Óleo sobre lienzo, titulado: Virgen con el Niño. Imagen tomada de Museo del Prado, España.

EDICIÓN IMPRESA

Portada Diario Crítica