El padecimiento de la COVID-19 sin estar contagiado
Cuando alguien enferma de COVID-19 la dinámica familiar cambia por completo. Aún sin estar contagiados, el panorama se torna complejo para todos los miembros que luchan por enfrentar de golpe las consecuencias de la pandemia.
El dolor que ocasiona la COVID-19 va mucho más allá de los síntomas una vez se es detectado positivo. Los familiares y amigos de la persona contagiada se llenan de incertidumbre, impotencia y miedo, esperando noticias del paciente (si este es internado en un nosocomio), debido a que en ocasiones, no se conoce su real condición; una situación que se mezcla en medio de informes diarios por parte de las autoridades de Salud, que no son nada alentadores.
Sí, cuando una persona enferma de coronavirus, la dinámica familiar se altera en todos los sentidos; y esta es clave para hacer más llevadera la carga emocional, incluso económica, y sobre todo, el dolor, si uno de sus miembros muere.
La doctora en psicología clínica, Melba Stanziola hace referencia a que se puede entender la muerte como un aspecto natural, donde los seres nacemos, nos reproducimos, crecemos y morimos; sin embargo, estamos viviendo momentos muy difíciles, y aunque la muerte es algo que sabemos que va a suceder, en cierta medida nos negamos a pensarla, porque nos rechazamos a una realidad que es la única que tenemos certeza de que llegará.
“Con lo del COVID-19, la muerte da una sensación a quienes se encuentran muy cercanos a esa pérdida, de una muerte propia suspendida”, explica la experta.
Con el acecho de la COVID-19 este miedo a la muerte se hace más latente, sobre todo, cuando ese familiar ya no puede ser tratado en casa y por lo grave de su salud debe ser llevado a un centro hospitalario; las familias, los seres queridos quedan en la incertidumbre de ese sentimiento de no poder volver a verles más.
Eso lo vivió en carne propia Indira Barsallo, cuyo hermano Rodrigo, de 30 años, falleció el pasado 7 de enero a causa del virus. Él estuvo más de un mes en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI); hubo días en los que asegura no sabían noticias de él y crecía en la familia la incertidumbre, la desesperación y la desesperanza.
Y es que, tal como menciona Stanziola, al desconocer cómo están dentro de las UCI o salas, por falta de información, se va generando un sentimiento de impotencia, de vacío y desesperación por la gran ausencia de aquel ser que estuvo con nosotros y sobre el cual no nos hemos podido en muchos casos incluso despedir.
Explica la también catedrática de la Universidad de Panamá, que esta misma situación de no saber qué es lo está pasando, produce un daño muy profundo en el sentimiento y la emoción de la persona, pero también en la parte cognoscitiva; al no entender y no poder comprender un procedimiento deshumanizante de cómo hemos manejado la comunicación con los familiares de pacientes de la COVID-19.
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Esta situación, para la cual, indudablemente ninguna de las partes ha estado preparada, se hace evidente al no informar al familiar el estado de salud real y a tiempo, lo cual es el pleno derecho y muestra la mala praxis.
“Esa falta de humanidad, -diría yo incluso de violación a los derechos humanos- de las personas de ser informados cómo está avanzando, estancado o retrocediendo su familiar que está hospitalizado o que incluso puede estar dentro de la casa con un COVID positivo y no saber si realmente está siendo tratado de la manera adecuada, sin lugar a dudas crea un estado de ansiedad, zozobra y desesperación que no le permite a la persona el poder tener esa sensación de paz, de tranquilidad y de seguridad”, afirmó Stanziola .
En ese sentido, Indira reflexiona sobre el panorama actual panameño en cuanto al tratamiento de la enfermedad. “La falta de procedimientos adecuados, personal médico especializado, insumos y espacios para la cantidad de pacientes que hay son de los tantos puntos que debilitan más nuestro sistema de salud público. No todas las personas cuentan con el dinero para atenderse en un sistema privado donde la atención es más personalizada y rápida y sabemos que el tiempo de atención puede hacer una diferencia entre la recuperación y la muerte”.
De hecho, para la psicóloga, nada es suficiente como para decir: “tranquilízate él o ella sanará, los médicos están haciendo lo posible”, sino que a ello le sumamos el desempleo de una gran parte de la población, que representa bocas que alimentar, casa que sostener, luz y agua que pagar, fuera de otras necesidades como los medicamentos.
Síntomas producto del miedo
Es indudable que todo lo que represente enfermedad genera en una persona estados de ansiedad, incertidumbre, angustia y dependiendo de la gravedad de la enfermedad se va a producir, por supuesto, un estado de desesperación en la situación actual en la que vivimos los panameños.
Señala Stanziola que el vivir pensando que estamos cerca de la muerte también genera malestar psicológico y físico, pues tal como explica, las personas no positivas del virus pueden somatizar síntomas como dolores de cabeza o cansancio, lo cual no necesariamente es que se haya contagiado, sino producto de sus miedos a poder estar igualmente con el virus y morir. Es una sensación que puede quitar el sueño, falta de apetito, genera tristeza profunda, decaimiento, ganas de salir huyendo y no pensar ni ver más nada. “Esta persona necesita hablar y expresar lo que siente para poder relajarse un poco de lo que le da miedo pensar y hablar”.
Morir en soledad
Para Stanziola es importante indicar que a lo largo de toda la vida vivimos la muerte en diversas etapas: cuando mueren nuestros padres, nuestros abuelos cuando se va un primo o un tío e incluso hermanos y aún más los hijos, pero generalmente en todos estos procesos hay una fase de acompañamiento, hay una fase donde el familiar puede estar cerca de él o ella, pueden consultar con el médico, o ir a la farmacia a buscar medicinas, arropar a su enfermo, acariciarle la mano, orar por él en su presencia; no obstante, en estos momentos eso no está permitido, y aunque se entiende que es por la situación sanitaria mundial, la familia siempre requerirá ese espacio físico para estar acompañando a su enfermo.
Lamentablemente, la recuperación puede no llegar y es donde, aparte del dolor emocional, viene el desconocimiento ante los trámites, dice Indira. “Hay cero o poca empatía y guía al familiar de lo que hay que hacer y es donde nuevamente te encuentras cara a cara con el virus, teniendo un mayor riesgo de infectarse, debido a la demora y poca ayuda que brindan a las aproximadamente 40 familias diarias que pierden a un ser querido”.
“Escuchar que no hay espacio en las morgues y no tener dinero para realizar todo el proceso para su último adiós es aún más caótico”, lamenta Barsallo.
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Duelos no resueltos
Según Melba Stanziola, son muchos duelos no resueltos que son situaciones difíciles de sanar para quienes lo viven: el no poder ver un familiar hospitalizado y a veces ni muerto, el perderlos, perder plazas de empleo, una alimentación mermada, el no poder salir a buscar empleo ante pocas o nulas plazas laborales, el no tener acceso a la movilización debido a falta de ingresos... son aspectos que la persona de golpe debe procesar, sin muchas veces recibir ayuda psicológica y psiquiátrica, pues no acceden a los servicios de salud y mucho menos a la privada. Aunque, rescata que dentro de la familia siempre hay personas fuertes que agarran de la mano al más débil. “Es tiempo de vivir en familia y como familia. La familia es nuestra mejor vacuna, es la que nos sostiene”.
La unión familiar hace más llevadera la tristeza
La madre de Osiris Rodríguez falleció el pasado 2 de enero. La tragedia se fue hilvanando desde que la hermana de esta, su esposo y sus dos niñas se contagiaron. La pareja de esposos se complicó y tuvo que ser hospitalizada; en ese vaivén de tener que llevarles comida al hospital, cumplir con el trabajo y demás responsabilidades de Osiris y sus otros dos hermanos, la señora Olga, también por cercanía del lugar donde viven, decidió hacerse cargo del cuidado de sus nietas; sin embargo, a los días empezaron los síntomas que se fueron agravando hasta que tuvo que ser hospitalizada y luego el desenlace fatal.
“Tuve que soltar muchas cosas para poder apoyarlos a ellos (su hermana y cuñado), mi abuelo o mi esposo me llevaron al hospital para llevarles la comida… Hubo mucho apoyo de parte de la familia de mi cuñado también... luego los trasladaron a ambos a Panamá… Mi mamá decidió cuidar a las niñas, porque para mí era una responsabilidad muy grande, además tenía que entregar pedidos que ya estaban pagados y tenía que hacerle frente a ese compromiso”.
Al día siguiente que la hermana de Osiris regresó de su hospitalización, a la señora Olga le dio fiebre, “entonces mi hermana la cuidaba a ella, hubo días en que estaba bien y otros mal, la fiebre iba y venía, luego agravó, estaba muy débil y mi esposo, quien fue un gran apoyo en esta situación al punto que esta quincena que pasó le descontaron días de trabajo que no pudo asistir, la llevó al hospital donde quedó internada hasta su último día”.
Cayó el balde agua fría de la muerte de Olguita, la familia empezó a buscar dónde sepultarla. Una pariente que vive en el extranjero y estaba pagando un lote en un cementerio se los cedió. Había que sacarla de una vez de la morgue, porque estaba muy llena, pero debía permanecer unos cinco días en la morgue del cementerio, lo que representaba un gasto mayor a los $1,500, por lo que sus familiares en Panamá y otros también en el extranjero se organizaron para reunir lo que faltaba.
A pesar de que su madre ya no está físicamente con ellos, Osiris da gracias a Dios de cuán bendecida era, pues aún después de su muerte pudieron palpar la bondad y el cariño que le tenían. Ella asegura que sin el apoyo y la unión familiar el dolor no sería tan llevadero, incluso para su padre a quien ahora acompañan. “Hemos recibido mucho apoyo de nuestra familia, a Dios gracias que somos bastante unido y aunque no puedo decir que hemos superado este dolor, ha sido más llevadero al sentir que tu familia está ahí, que te apoya al 100% y eso no tiene precio”.
Empoderamiento familiar
Ante estas situaciones tan difíciles, Stanziola recomienda la necesidad de empoderarnos de nuestras vidas y no desmayar, “pues al tener vida, debemos seguir luchando por ella y por los que aún están a nuestro lado. Es preciso formar gruesos nudos entre los miembros de cada burbuja en donde todos sostengan a todos. Sabiendo que es indudable que no sabemos cómo y cuándo terminará esta pandemia, pero que terminará”.
Invita a llenarse de amor, paciencia, comprensión, escucha activa, abrazarnos con la mirada, abrazarnos con nuestros movimientos corporales, cantar aún cuando lloramos, pues la música alivia el alma…y el alma es intangible. “Trabajemos como equipo en familia y ayudemos a salir con las mínimas pérdidas cuidándonos entre nosotros mismos”.