Responsabilidad afectiva
La capacidad de ser conscientes de nuestras emociones, de reconocerlas y aceptarlas por lo que son y como estas influyen en terceros ha sido bautizado como responsabilidad afectiva. A simple vista pareciera una tarea sencilla, puede requerir un ejercicio constante de atención y consciencia. En primera instancia, conviene advertir que no existe tal cosa como emociones buenas o malas, cada una de ellas forma parte de la naturaleza humana y tienen una función específica, más bien podemos clasificarlas en adaptativas, aquellas que nos favorecen en adecuarnos a una situación en particular, una emoción como el miedo podría, por ejemplo, ayudar en una situación de peligro inminente y por ende la reacción de esto sería salir del peligro y ponernos a salvo, por otra parte, existen las emociones con una carga desadaptativa que tienden a ser incongruentes con la situación que se vive en el momento y generan un malestar significativo para la persona imposibilitándola del goce de una rutina diaria.
Dicho esto, es necesario entender qué son las emociones para aprender a reconocerlas y que no primen por sobre nuestro pensamiento y capacidad de actuar, al entender qué son y las conductas que generan podremos empezar a tener esta llamada responsabilidad afectiva, pero, por otro lado, no basta con reconocer dichas emociones, resulta primordial contar con una comunicación eficaz con el otro/a a fin de transmitir el mensaje de cómo determinada conducta nos hace sentir.
Y es que la responsabilidad afectiva se refiere precisamente a hacernos cargo de aquello que sentimos y de cómo nuestras conductas hacen sentir a los demás, de comunicar de manera efectiva nuestro sentir frente a determinadas situaciones a quienes les competen y no invalidar las mismas al ignorarlas o minimizarlas ni atribuirlas a factores o situaciones externas, pero sobre todo actuar sobre la línea de la base del respeto, estableciendo los límites necesarios y entendiendo que cada persona experimenta y las emociones de manera distinta.
Aprender a tener responsabilidad afectiva definitivamente logrará un mejor entendimiento de lo que pensamos y sentimos al mismo tiempo que, constituye el equilibrio entre nuestras emociones y su reacción con respecto a la de terceros, manteniendo un balance y fluidez en nuestras relaciones interpersonales. Dominar esta herramienta no tiene como objetivo el evitar siempre el sufrimiento, más bien podría contribuir a minimizarlo al ser claros y coherentes con uno mismo y con terceros.